Reflexiones │ Existe un creciente consenso sobre la relevancia de la evaluación como estrategia de transparencia y rendición de cuentas para los centros de pensamiento en América Latina.
El acuerdo está siendo impulsado por programas con indiscutida presencia -como la Think Tank Initiative– y por una preocupación de abajo hacia arriba instaurada como necesidad en los mismos think tanks (tal los casos de CIPPEC y FUSADES). Pero el camino hacia sólidos parámetros de evaluación en nuestras instituciones todavía es sinuoso y está plagado de desafíos.
Existen dos tipos de escenarios entre los think tanks: aquellos que gestionan un financiamiento de pocos donantes con alta previsibilidad de sus fuentes, y aquellos que gestionan un esquema multidonantes con media a baja previsibilidad de sus fuentes de financiamiento. En el primer caso, el esquema de rendición de cuentas viene dado en buena medida mediante propio donante, que establece mecanismos, indicadores y metodología de monitoreo y evaluación.
En el segundo caso, en cambio, los pedidos de informes muchas veces se limitan a proyectos específicos, lo que hace que el foco se mantenga más en las acciones individuales antes que a nivel de la incidencia institucional. En este contexto, una estrategia adecuada de monitoreo y evaluación cobra más sentido ya que puede ayudar a potenciar el control sobre la agenda institucional, la disponibilidad de información, el alineamiento organizacional y la capacidad de comunicar resultados. Poner el foco en nuestros propios resultados de incidencia agregados antes que en las acciones unitarias puede sin lugar a dudas fortalecer y capturar los impactos instituciones.
Desafíos para avanzar en la consolidación de una cultura de la evaluación en los think tanks de la región
1. Superar el contexto político-institucional adverso y dar el ejemplo. En muchos de nuestros países todavía no está instaurada una cultura profunda de la evaluación. Esto puede hacernos dudar a la hora de encarar procesos de este tipo para nuestras instituciones.
2. Generar consenso interno a nivel de la dirección y el staff. La evaluación lleva tiempo y necesita que se destine tiempo y recursos a su implementación. Si el equipo adhiere al valor de llevarla adelante, se aumentan las posibilidades de que el proceso fluya y se haga sostenible.
3. Conocer las condiciones de evaluabilidad de la institución. Esto supone analizar si la institución está en condiciones de ser evaluada de una manera que resulte creíble y confiable, supone observar el proceso de planificación e implementación con una mirada crítica. Incluye saber si el diseño del programa institucional incluye elementos de evaluación, de información confiable para conocer los resultados efectivos, de visión de múltiples actores, si dispone de los recursos necesarios para conocer si se cumplieron (o no) los objetivos planeados.
4. Tener claridad y consentimiento sobre aquello que se va a evaluar. ¿Estamos pensado en un proyecto particular, el trabajo de un área específica, la incidencia institucional, o el impacto en los resultados? Avanzar en múltiples frentes puede ser excesivo, pero abordar algunos temas estratégicos de manera puntual puede ayudar a generar confianza en el proceso y complejizarlo a ritmo.
5. Establecer quién va a evaluar a quién. ¿Será función de la alta dirección o será un proceso autogestionado por los miembros de la institución? ¿Podrá combinar elementos de ambos modelos?. Además, vale la pena preguntarse si se llevará delante de manera interna con staff de la organización o a través de expertos independientes que aporten una mirada desde fuera de la organización.
6. Preguntarse cómo se evaluará. Es decir, asignar responsabilidades a las autoridades y al staff respecto de los distintos roles en el proceso: quién diseñará y planificará la evaluación, quién recopilará la información, cómo participarán los distintos actores y quién tomará decisiones con base a sus resultados.
7. Planificar cómo se gestionarán las recomendaciones que surjan. Este es quizás una de las actividades más importantes y menos visibilizadas de los procesos de evaluación. Implica tomar acción sobre los hallazgos y generar planes específicos de acción para los puntos de mejora identificados.
8. Considerar cómo se financiarán las actividades de evaluación. Múltiples opciones existen para resolver este punto y darle sostenibilidad a las iniciativas institucionales. Comprometer recursos centrales, crear un fondo de evaluación que se alimente con un porcentaje determinado de recursos de proyectos. Lamentablemente, todavía no vemos interés global por financiar este tipo de proyectos de manera externa.
9. Definir qué hacer con la información generada por los procesos que se implementen. Por último, una vez que la organización cuente con la información, deberá consensuar qué hacer con ella: a quién comunicarla, bajo qué formatos y con qué frecuencia.
Con todo, es un camino que vale la pena recorrer. La evaluación institucional nos devuelve una mirada de nosotros mismos que es indispensable, que nos ayudará a pensar y entender cómo incidimos pero también cómo gestionamos y alineamos los recursos para incidir más eficaz y estratégicamente.
*Por Natalia Aquilino, directora del Programa de Incidencia, Monitoreo y Evaluación de CIPPEC